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El matrimonio no es tu boleto a la santidad

Hace ya algún tiempo, yo también pensaba como muchos jóvenes solteros: «El matrimonio me hará más piadoso». Me atraía esa noción de que, al casarnos, por fin seremos libres de nuestras tentaciones más grandes y deseos pecaminosos.

Es fácil llegar a esa idea equivocada al conocer matrimonios estables, o al saber cómo el matrimonio ha ayudado a personas a mejorar su carácter. También es común pensar que casarnos nos librará de toda tentación sexual, una idea acentuada por cuánto se idealiza el matrimonio en algunas culturas y en nuestras iglesias, como si el matrimonio fuese lo ideal para toda persona, por encima de la soltería.

Dios puede usar, y usa, el matrimonio para llevarnos a madurar y crecer en la piedad. Entre personas creyentes, comprometidas a ayudarse a andar en santidad, la unión matrimonial es un espacio en el que ambas crecerán a imagen de Cristo.

Pero leyendo la Palabra y conociendo lo que Dios dice de nuestro pecado, me he dado cuenta de que necesitamos ser más honestos sobre lo que sucede en el matrimonio. Si, por ejemplo, somos cristianos que luchamos con el materialismo y la mentira, ¿por qué el matrimonio habría de convertirnos automáticamente en personas generosas y honestas? Como este, hay tantos otros pecado que no hay razón alguna para pensar que van a desaparecer o disminuir luego de la noche de bodas.

Rosaria Butterfield lo resume de esta manera, enfocándose en el pecado sexual:

Muchos cristianos jóvenes que se masturban planean que el matrimonio redimirá sus patrones. Muchos cristianos jóvenes adictos a la pornografía en Internet piensan que el sexo legítimo les quitará el deseo de sexo ilegítimo. Ellos están equivocados. Y los matrimonios que resultan de esta línea de pensamiento son lugares peligrosos… El matrimonio no redime el pecado. Solo Jesús mismo puede hacer eso (The Secret Thoughts of an Unlikely Convert, loc. 1535).

Muchas personas que dicen ser cristianas creen que el matrimonio es la solución para sus pecados, especialmente los pecados sexuales. De hecho, alguien podría tratar de argumentar eso citando 1 Corintios 7:9: «Pero si carecen de dominio propio, cásense. Que mejor es casarse que quemarse». Pero esto no significa que el matrimonio le dará a las personas mayor dominio propio, o que el matrimonio sea la solución para personas lujuriosas. El versículo simplemente significa que el matrimonio es el único espacio donde dos personas podrían satisfacer de manera legítima el deseo sexual.

Aunque no siempre lo expresen, muchos solteros actúan como si creyeran que el matrimonio es el arma final que necesitan en su guerra contra ciertas tentaciones. No obstante, en relación al pecado sexual, la Biblia es clara al mostrar que es posible estar casado y tener un lecho matrimonial contaminado por el pecado (He 13:4, cp. 1 Ti 4:4-5). Además, la Escritura es todavía más clara al decir que lo único que puede darnos la victoria sobre cualquier pecado (no solo el sexual), estemos casados o no, es la gracia de Dios obrando en nuestras vidas por la obra de Cristo.

Las promesas de Dios transforman la soltería

Cuando abrazamos la idea de que lo que más necesitamos para crecer en piedad es casarnos, ¿no hacemos del matrimonio una especie de ídolo y salvador? Entender esto puede revolucionar nuestra visión de la soltería como un regalo de Dios y una etapa en la que podemos vivir con plenitud en Él.

Esto significa, amigo soltero, que tu mayor necesidad para matar el pecado en tu vida (usando el lenguaje de Romanos 8:13) no es estar casado. No compres la mentira de que al casarte podrás amar más a Dios y vencer por fin las tentaciones. Yo creí ese engaño, y bíblicamente no funciona. Tu mayor necesidad, y la mía ahora como esposo, es atesorar más a Cristo confiando en su palabra.

En Cristo, las promesas de Dios son «sí» para nosotros (2 Co 1:20). Y en 2 Pedro 1:3-5 leemos que Él nos ha dado esas «maravillosas promesas, a fin de que [nosotros llegásemos] a ser partícipes de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que hay en el mundo por causa de los malos deseos».

Eso significa que, por la obra de Cristo, quien vivió, murió, y resucitó para darnos salvación, los creyentes podemos escapar de la tentación y crecer en piedad por medio de abrazar las promesas de Dios. Necesitamos recordar lo que Dios ha dicho y Cristo obtuvo para nosotros, entendiendo que sus promesas son mejores que las del pecado. (Este es un libro en inglés que me ha ayudado a comprender esta realidad).

Esa es la razón por la que el salmista afirma: «En mi corazón he atesorado Tu palabra, para no pecar contra Ti» (Sal 119:11). Moisés también ejemplifica cómo las promesas de Dios nos santifican (He 11:24-26). Jesús oró por nosotros: «Santifícalos en tu verdad; Tu palabra es verdad» (Jn 17:17).

¿Cómo luce esto en la práctica? Si, por ejemplo, estás luchando con la lujuria, puedes experimentar una creciente victoria sobre ese pecado sin necesidad de estar casado aferrándote a promesas preciosas como «Bienaventurados los de limpio corazón, pues ellos verán a Dios» (Mt 5:8), y acudiendo a Cristo en arrepentimiento cuando caigas.

Otro ejemplo: si luchas contra la avaricia, puedes empezar a ser un dador cada día más alegre, sin necesidad de esperar a estar casado con una persona que te anime a ser más generoso, recordando lo que Dios ha hecho por ti (2 Co 2:9) y confiando en promesas como la que se halla en Filipenses 4:19: «Y mi Dios proveerá a todas sus necesidades, conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús».

Cuídate de usar la espera al matrimonio como una excusa para seguir pecando y no buscar con más fervor la santidad. No compres las mentiras culturales de que nuestros impulsos pecaminosos son necesidades fisiológicas incontrolables, o que la soltería es una etapa de la vida en la que ciertos pecados son más permisibles para «disfrutar mejor la vida». Creer esa clase de mentiras es aspirar a mucho menos de lo que Dios quiere para ti. Parafraseando a C.S. Lewis, abrazar esos engaños es conformarte con jugar con el barro de los suburbios en vez de disfrutar vacaciones junto al mar.

Deja que el valor de las promesas de Dios, por encima de ideas erradas sobre el matrimonio, transforme tu soltería y sea usado por el Señor para prepararte para lo que Él tenga planeado para ti. Solo Él puede darnos la victoria sobre nuestros pecados y llevarnos a vivir en plenitud, estemos casados o no.


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